LA NEVADA DEL AÑO 1935 JUAN QUERO (Agosto de 1997) Corría por la pendiente del tiempo el año 1935 de nuestra era, el cotarro político estaba bastante agitado, la jefatura del estado la ocupa desde el 28 de Junio de 1931 Niceto Alcalá Zamora por voluntad popular. La presidencia del gobierno desde las elecciones de noviembre de 1933 la ejercía a duras penas Alejandro Lerroux, del partido radical, apoyado por 119 diputados de la CEDA (Confederación Española de Derechos Autónomos), liberada por José María Gil Robles. La tensión política era tal que sólo se me ocurre compararla con una hermética caldera llena de agua en ebullición a punto de reventar. Al contrario que la atmósfera política estaba la gélida atmósfera meteorológica que en aquellos días por esta zona tuvimos que soportar. El día 30 de enero amaneció un espléndido día de cielo raso y azul en el que lucía un brillante pero tibio sol, que alumbraba, Mucho pero calentaba poco. Entre las diez y las doce de la mañana empezó, a soplar con fuerza un norte Más propio de la Estepa Siberiana que del extremo sur de Europa, que era capaz de congelar hasta el vaho que despedíamos las personas y las bestias para renovar el aíre de, nuestros pulmones. Cuando se desató aquella fuerte tramontana muchos campesinos soltaron sus, yuntas o las herramientas con las que trabajaban y se marcharon a sus casas. Pero yo, que a mis 18 años tenía en la cabeza más maíz del que se criaba en las huertas de la Caña-Jara, seguí todo el día trabajando. Por tarde de noche, cuando llegué a casa, afiance bien la yunta, tomé una copiosa cena, le leí la prensa a la clientela del ventorrillo que mis padres tenían en el Cortijo del Moro, que estaban ávidos de noticias por saber cómo se iba desarrollando o embrollando la angustiosa situación social que España vivía en aquellos momentos. Me acosté y al levantarme de madrugada, fue la sorpresa. Toda la superficie terrestre que mis fascinados ojos divisaban estaba cubierta de una capa de nieve blanca como el ramo de azahar, el cielo estaba raso, la luna estaba llena y brillaba con intensidad, su brillo se reflejaba en la nieve, me quedé un momento ensimismado y contemplé un bello panorama que no he vuelto a ver jamás. Cuando volví en sí de mi momentánea alucinación, corrí a darles la noticia al resto de mi familia que todavía dormían, pensando que aquel singular paisaje pudiera desaparecer de momento. Cuando se fueron levantando los escasos vecinos que había en el lugar, viejos y nuevos, se quedaron asombrados porque nadie había visto por estos lares nevar. Hubo algunos mayores aficionados a los refranes y a las supersticiones que pronosticaron con optimismo: "este año va a ser un año bueno porque dice el refrán que año de nieves año de bienes". Pero el feliz pronóstico esta vez no se cumplió. Por lo visto aquellas fuertes brisas procedentes de los Urales alejaron de esta comarca las borrascas acuosas y no volvió a llover en lo que quedaba de invierno ni en toda la primavera, los trigos no tuvieron fuerza para espigar, las espigas se quedaron metidas en el zurrón y hubo que segarlas como hierba. Se cogieron dos o tres simientes. Este ha sido el año más seco que en mi vida he conocido. Aquél fue un año ruinoso para los labradores tarifeños. Después de esta gran nevada volvió a nevar el año 52 ó 54, y la última que todos recordarnos el 1 de marzo de1993. Pero ninguna de estas ha sido tan intensa como aquella. En las arrizas y en los cerros se diluyó pronto, pero en los sitios sombríos hubo nieve durante 5 o 6 días. |
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